Con la primera llamada, Javier se alegró. Cuando la responsable de recursos humanos telefoneó una segunda vez, empezó a hacerse ilusiones. A la tercera pensó que el puesto era suyo. Pero llegó una cuarta entrevista de trabajo. Y una quinta. Para entonces, este experto en marketing de 31 años estaba ya francamente quemado. Habían transcurrido dos meses y la empresa seguía alargando el proceso. No hubo una sexta entrevista. Tampoco un contrato. ”Y entonces peté”, resume Javier, que prefiere no dar su apellido por miedo a repercusiones laborales: “Tuve que buscar ayuda psicológica porque entré en un proceso de depresión y ansiedad”. Llevaba casi dos años buscando trabajo y en ese tiempo se había encontrado con situaciones absurdas. Pero este último y largo proceso, a pocas semanas de perder su derecho a paro, fue la gota que colmó el vaso.
